El aumento excesivo de la población y una actividad económica creciente e intensiva, en ocasiones incentivada para producir más, provoca el deterioro ambiental. Esa competitividad lleva al abandono de prácticas tradicionales en el medio rural y a la ocupación de hábitats seminaturales y naturales. Los costes de esas pérdidas las vemos en la merma en los servicios que nos aportan los ecosistemas y cuantificarlos requiere el uso de instrumentos económicos.
Se puede asignar un precio cuando hay un mercado para los bienes y servicios que nos proporcionan los ecosistemas, por ejemplo, la madera, los frutos o las setas. Pero, para otras muchas utilidades, como la conservación de las plantas y los animales, no existe un lugar de comercio porque son bienes y servicios intangibles. La economía ambiental es la encargada de calcularlo.
La exposición a patógenos zoonóticos causa alrededor del 60% de las enfermedades infecciosas emergentes, y la mayoría de ellas se originan en territorios naturales. Al coste sanitario se suma el cese de la actividad económica y el daño causado en la sociedad por el miedo, la inseguridad y el dolor. ¿Por qué? Porque hemos invadido determinados hábitats que no tendrían que haber sido tocados y esas enfermedades han llegado al ser humano.
En general, en las zonas desarrolladas no se es consciente de las implicaciones económicas de la pérdida de calidad ambiental y es nuestro dinero y nuestro planeta. Las tienen más presentes la población de entornos donde la subsistencia depende directamente de las condiciones ambientales, como comunidades rurales de África o de países en desarrollo. En África cualquier evento climático les puede privar de comida durante meses y de forma inmediata. Aquí, si en tu tienda no tienes plátanos de Canarias, pues los vas a tener de Costa Rica y hasta más baratos.
Si hubiera que pagar por los costes ambientales de la producción no sostenible y por el transporte ya no sería interesante traer productos desde el otro lado del mundo.
Cuando una especie ha desaparecido no se va a poder recuperar nunca y ese daño tiene un coste inmenso para la humanidad.
No hay que basar la felicidad en el consumo, es el principal devastador de recursos del planeta, porque no solo se consumen recursos, sino que luego hay que deshacerse de los restos. Estamos a tiempo, pero tenemos que actuar ya.
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